domingo, 6 de noviembre de 2011

Corporalidades y sus habitantes

La multiplicidad de posibilidades a las que se abre la corporalidad humana se vuelve accesible en prácticas como el yoga. Una corporalidad que sugiere consecuencias tan diversas según la relación subjetiva que se instala con ella, según el modo de habitarla. 
Así, es posible acceder en la práctica a las seducciones narcisísticas de un cuerpo poderoso, esbelto y que se contornea según la voluntad del ego. Dominio de superficie, relevo de la forma, que cautiva el placer de ser observada. Es la postura gimnástica que identifica pero no se limita a las paredes del gimnasio. Lo interesante es cómo la misma práctica puede conducir, por otra parte, a una experiencia en potencia radicalmente distinta. Una que, si bien anclada en los avatares de lo físico -a través de sus dolores, placeres, satisfacciones y frustraciones- es capaz de ingresar a una experiencia corporal cuyos recorridos no son guiados tanto por la mirada externa, ni la propia interna -posiblemente la más peligrosa-, sino por ese testigo que ya no juzga más. Experiencia del ser donde cuerpo y mente se confunden mientras se diluyen bajo la distensión de toda diferencia, distancia, falta. Un equilibrio vivo, buscado -y posible- a través del manejo dinámico de las oscilaciones de nuestra ser corporal y mental. Aquello que se distingue del ejercicio gimnástico como invitación a meditar en el movimiento y la detención equilibrada y dinámica de las asanas.