jueves, 26 de enero de 2012

Cuerpo Extraño o Extraño Mi Cuerpo

El cuerpo es en la vida del ser humano un elemento siempre presente, es de hecho la condición existencial esencial. Sin embargo, se trata de una presencia que permanece en gran medida ausente en la cotidianeidad. Mientras el cuerpo 'funciona' dentro de los parámetros de normalidad cultural es resignado a un trasfondo de silencio. Así, el cuerpo no habla ni es oído mientras permanece dentro de la comodidad de una normalidad fuertemente marcada por el saber médico moderno, saber al que el imaginario social le concede la primera y última palabra sobre la realidad corporal. Considerando que se trata de un discurso que construye saber (y poder) sobre la condición de patología, sobre la enfermedad y el desperfecto del cuerpo-máquina, no llama la atención que el cuerpo sea atendido sobre todo en los momentos en que los parámetros de normalidad y de homeostasis se arriesgan o ven amenazados. De tal modo, la vida del cuerpo común y corriente se le aparece al sujeto cuando presenta alteraciones cotidianas y esperables -por ejemplo cuando se toma conciencia del cuerpo hambriento o acalorado-, o bien anómalas y posiblemente significativas en tanto dan cuenta de problemas en el operar mismo de la máquina -el caso del cuerpo sintomático, adolorido y 'cortado' característico de un resfrío. Fuera de estas apariciones, mientras más ausente el cuerpo más alabado por ser saludable, es decir, por no presentarse como un problema.
Es esta mirada mecánica y objetivante de la medicina la que, en mayor o menor medida, opera como medio a través del cual nos constituimos como cuerpos. Su lenguaje, su lógica y sus énfasis son los que marcan nuestra relación con el cuerpo, abriendo múltiples posibilidades, pero también poniendo inmensos límites. Sobre las posibilidades, es cosa de mirar el avance y los logros que se derivan del conocimiento biomédico y sobre todo de su alianza con la tecnología moderna. En cuanto a los límites, son los que menos se explicitan y comentan a la luz de la opinión pública. Sin embargo, el movimiento de difusión y masificación de las 'terapias alternativas' pareciera dar cuenta que progresivamente son más los sujetos que perciben los efectos de dichos límites. La aproximación dualista que objetiva al cuerpo y consecuentemente lo disloca respecto del sujeto, deja a quien sufre en condición de paciente: absolutamente pasivo frente a lo que (le) sucede. ¿Qué sustenta la creciente demanda por el enfoque holístico al que se adscriben los enfoques alternativos? Responder que el ser humano se ha vuelto más consciente de la necesidad de una medicina integral y holística me parece que sería caer en una generalización sin mayor fundamento. Creo que la pregunta es interesante y amerita mayor investigación. Lo que si me parece pertinente exponer aquí es la pregunta sobre los efectos de esa construcción médica y mecánica del cuerpo en la subjetividad particular de los individuos; en este caso, desde mi propia experiencia.
Recuerdo ese momento de la adolescencia en que por primera vez creí que iba a morir. Fue una sensación repentina y tremendamente intensa, de la nada una puntada filosa se clavó en mi pecho y rápidamente se expandió hasta que la sensación de quemazón y dolor fue cubriendo más extensión y colmando toda mi conciencia. Lo que comenzó como una sensación de dolor anormal -totalmente nueva- e inusualmente potente se transformó rápidamente en una preocupación de la mano de la interpretación del sentido común enraizado en el cuerpo médico. "¿Qué (me) sucede? ¿Qué es este dolor en el pecho, en el lado izquierdo del pecho, en donde se ubica el corazón? ¿Qué sucede que no se quita y en vez de eso aumenta, se intensifica y siento que ya no puedo respirar?" La puntada, inicialmente focal, es ahora todo un torso en llamas. Inevitablemente pienso en un ataque al corazón. El dolor/ardor se propaga a los brazos y todo el cuerpo parece estar en medio de una emergencia, de una grave urgencia. Pienso en que voy a morir de un ataque al corazón, en que estoy sin mis padres, en llamar a una ambulancia. 
Lo que no sostuvo el discurso médico en ese momento de desconcierto y total vulnerabilidad, lo hizo el discurso psicológico con su publicitado término 'angustia'. Gracias a internet supe unas horas después que lo sucedido tenía un nombre y podía ser articulado bajo el criterio diagnóstico de 'crisis de angustia'. Sin duda algo más tranquilizadora que mi interpretación silvestre de 'ataque cardíaco', la etiqueta diagnóstica no fue sin embargo ningún verdadero alivio para lo que vino después. Tal como el DSM auguraba lo peor venía después, al lidiar con el fantasma de esa muerte anunciada. En fin, fue un momento de mi vida en que el cuerpo irrumpió a gritos y patadas, y en donde la mirada objetivante no pudo hallar solución a este 'quiebre' vital. El ecocardiograma no encontró ninguna alteración significativa que pudiera dar respuesta científica a esta alteración. Y por mi lado yo era un sujeto desahuciado de subjetividad, absolutamente desorientado frente a un cuerpo errático, impredecible y que en su presencia me era radicalmente extraño. Un cuerpo propio y extraño a la vez, angustia que vivía gracias y a costa de mi, obturando mi garganta, comprimiendo mi pecho de un modo ensordecedor. Un verdadero cuerpo extraño alojado en lo más profundo de mi que me desorientaba de mi misma y sólo hacía eco de mi pregunta "¿por qué?".
La posibilidad de otorgarle un sentido a esa experiencia hasta cierto punto inefable solo se abrió cuando reconocí que ese cuerpo apretado, incómodo y en crisis no era un cuerpo, sino yo misma. De ser un cuerpo-objeto relevado en su condición de desperfecto pasó a ser la carne viva que constituye mi condición existencial. Eso fue el día en que dejé de luchar, de resistirme, de llorar y de angustiarme frente a la angustia. Fue el día en que reconocí que lo que fuera eso radical y aterradoramente nuevo, era parte de mi. De ahí en adelante no sólo desapareció lo que hacía extraño a mi cuerpo, sino que apareció toda una dimensión sensible y potencial ligada a éste. Desde entonces soy cuerpo despierto, presente en su multiplicidad, que exploro día a día sin tener que sufrir su cómoda ausencia.