Me relaciono con otros mientras sin saberlo calculo pasos y movimientos
desde una historia con otros cuerpos. Me ajusto al otro, a su cuerpo y sobre
todo a lo que me pasa en mi propia carne a partir de verlo, sentirlo,
anticiparlo, compararlo, esperarlo, desearlo. Nuestra interacción va más allá y
más acá de nosotros. Por lo menos puedo yo reconocer cómo se cruza, combina y
modifica a partir de mi historia con otros, de mi historia sobre mi con otros.
Habla al aire todo, pero me habla; lo percibo en las palabras pero también en
el aire que me llega como justo, desmayado, apenas móvil. Escucho palabras con
los oídos, pero las entiendo primero con el aire que caliente, denso y
estancado se detiene en mis fosas nasales casi ahogándome de necesidad. Las
entiendo desde el pecho que aparece pequeño, localizado en un espacio mínimo,
encarcelado, limitado por una estructura y una presión. Habla de mi, de mi
propia pequeñez, de mi sombra y es como si hablara desde lo lejos, pero de algo
tan íntimo que sólo hace eco y se percibe en las paredes retumbantes de mi caja
torácica. Sus palabras me hacen cuerpo, un cuerpo apretado, incómodo, denso y
marcado por lo homogéneo, por lo determinado, por lo incrustado y por lo que es. Cuerpo estático es el que amarran
sus palabras, haciéndome tan yo misma que ya no puedo escuchar cómo sigue, qué
cruces y desvíos hace su discurso, sino que sólo soy esas mismas palabras que
me cosifican una y otra vez, al pulso de un segundero agitado que percibo solo
yo (eso pienso) en mi corazón. Las palabras cuajan con su sentido rotundo, declaratorio
y triunfante sobre mi, las palabras se encajan en mis ojos y no puedo sino
probarlas a través del calor, de la fragilidad y de la vergüenza que delinean
en el contorno de mi ojos. Las tengo ahí, aunque intente mirar detenidamente,
como distraídamente, un conjunto de taza, plato y cuchara. Por mucho que mis
movimientos estén en la mano que se funde con la cuchara para suavemente
acariciar el agua, el verdadero movimiento de la vida presente está en mi
pecho, en mis ojos y en mi cabeza que se siente como un globo suspendido en un
punto detenido entre corrientes de aire. El tiempo se percibe lento, agonizante
en las palabras lejanas del otro, y mi conciencia se aferra toda al espacio
protegido de mi cuerpo queriendo cerrar sus entradas y bordes para paralizar la
interacción, o mejor dicho el aluvión de sentimientos que me genera su acción. Tengo
la sensación de estar en medio de un terremoto causado por mi propia
existencia, en consecuencia respiro invisible y me mantengo cabizbaja como si
ello pudiera prevenir algo del movimiento a mi alrededor. Hasta ahora he
evitado mirarlo, las palabras y toda la carne que traen sobre mi es demasiado,
no podría además sostener la complejidad de gestos o la ambigüedad de la
mirada.
Es totalmente probable que en realidad no haya podido
oír, ni menos aún comprender todo lo que dijo. Es muy probable que me haya
quedado calzada con lo parcial que toca mi historia, mi desnudez, mi fragilidad.
Pero es que así como el cuerpo nos habilita en el intercambio, a veces fluido a
veces duro, con el otro, también el cuerpo puede robarnos a un rincón personal
asolado y cautivo de ecos que lloran la posible proyección de la propia
fragilidad histórica. Primero hubo cuerpo y sentidos inmediatos, fijados,
irruptores, sólo con el rato apareció una palabra más trenzada y disponible, al
pensamiento, al juicio, y a la posible incorporación del mundo y de otros.
Recién ahí me pude mover, yo me pude
mover. Pero no fueron movimientos ingenuos ni flexibles. Con la huella de la implosión de mi como
cuerpo, me moví cual robot, sintiendo que tomaba mis pesadas y dormidas piernas
y brazos para incorporarme, para erguirme. Decidí erguirme y traté de hacerlo
lento, con gracia y relajo. Hice los movimientos pensando en la conciencia de
otros, y de la reacción que les vendrían al verme incorporarme y alejarme, pero
mi conciencia corporal era otra. Me sentía totalmente quebrada, por un lado la
mente intentando coordinar los movimientos de un cuerpo para que se viera
fluido, espontáneo, casi indiferente, mientras por otro lado mi sensación
corporal era de un cuerpo lejano, otro, respirando con aires de vencido y de
quedar sólo brasas.