jueves, 1 de diciembre de 2011

La conquista del espacio subjetivo a través de la práctica del yoga

Hace tiempo ha dejado de ser la palabra yoga un término extranjero en nuestra sociedad moderna occidental. En una captación más o menos fiel de lo que se trata en sus orígenes, ha trascendido su lugar y cultura natal para aparecer con fuerza a mediados del siglo XX en un movimiento expansivo que ha atraído en forma progresiva a las diversas sociedades occidentales. De aquí que no sea inusual encontrar hoy en día que dentro de la oferta urbana destinada al ocio del hombre moderno hay multitud de posibilidades de iniciarse en esta práctica oriental.
Aceptar el desafío de ir a conocer de qué se trata es hoy en día algo fácil y a la mano. Algo distinto implica sostener una práctica como ésta, encontrándose con lo que de tradición y enseñanza milenaria acompaña a la disciplina, así como también con las vías que se abren de reinterpretación y adaptación cultural y personal en la búsqueda de una posibilidad de apropiación de esta práctica dentro de la propia vida cotidiana.
De la mano de esto se despliega una multitud de experiencias posibles, tantas como las hay implicadas en cada subjetividad. Dentro de éstas es quizás una de las más transversales la que tiene que ver con el modo en que el cuerpo es retomado por esta enseñanza: el cuerpo es llamado a ser el terreno en que el hombre se desafiará a sí mismo, en que podrá conquistar potencialidades desconocidas y cuyo esfuerzo de trabajo consciente y pleno le servirá de plataforma para ir al encuentro de un más allá.
La práctica del yoga se constituye en la soledad del cuerpo biológico, en una experiencia carnal que transita por el dolor y el cansancio, y en la cual el esfuerzo y la ambición son requeridos para dar sostén a su perseverancia. Como práctica que favorece la reconquista del propio cuerpo, la sensibilidad y conciencia corporal, lo que aparece en primer plano en el ejercicio de ésta es el dolor corporal: cada una de las partes que son llamadas a la conciencia y al dominio voluntario de ésta se resisten a través del dolor, de la extrañeza de la sensación. Pero por sobre todo, si es que existe un verdadero obstáculo a la práctica este es el propio deseo de detenerse, de dejarla.
Es el deseo de la inacción, o más bien, de querer dejarse llevar por la inercia a la que estamos mental y corporalmente acostumbrados. Si hay algo realmente difícil en la práctica es estar ahí. Permanecer atentos a nuestra conciencia y perseverar en su direccionamiento al trabajo que realizamos con el cuerpo se constituye en una tarea siempre necesaria y siempre presente.
En esta mirada atenta e ‘inteligente’ que se vuelca sobre sí misma y el propio cuerpo es el punto en donde el yoga, la mismísima palabra yoga adquiere su pleno sentido, pues lejos de tratarse de un ensimismamiento, un ostracismo o un egocentrismo, lo que se busca a través del dominio del cuerpo es alcanzar a esa experiencia de unidad que va más allá de los propios límites del ser humano. El trabajo solitario con el cuerpo avanza desde lo más burdo y material hacia lo más sutil y abstracto, recogiendo los límites y debilidades personales, así como las potencialidades y frutos de la práctica, para reconocerlos en el marco de la pertenencia a la relación con el otro.
                    
La invitación que se propone en la práctica de yoga puede entenderse como un llamado a actualizar un cuerpo ausente, o bien, pensarse directamente como una invitación a crear un cuerpo propio que no existe en su condición de tal.
En la cotidianeidad de la vida moderna la condición de existencia del cuerpo es en general la de su ausencia. Si todo anda encaminado por la vía de la ‘normalidad’, el cuerpo responde y opera acoplado al devenir de la vida, tal y como es organizada y comandada por la conciencia. Así, durante un día común y corriente, el cuerpo se nos hace presente escasamente, y cuando sucede que se materializa, se trata ya sea de la necesidad cultural de rendirle los cuidados apropiados, ya sea para responder a sus necesidades biológicas.
En realidad su innegable aparición se da cuando irrumpe rompiendo el ‘equilibrio’ de la inercia en que vivimos acostumbrados. Su entrada es acompañada siempre del carácter de lo disruptivo, de lo displacentero, de lo ajeno para el sujeto en tanto vehiculiza experiencias de dolor, de angustia y de emocionalidad en general.
Es así como a la práctica de yoga asiste un cuerpo por entero construido y potencialmente pleno de significaciones. Actualizado o creado, es un cuerpo de densidades inimaginables, un cuerpo biológico, anatómico, que funciona con una lógica mecánica. Y más allá de éste, es también la posibilidad de encontrar un cuerpo que trasciende los límites de la piel y de la carne, los principios de la física y de la mecánica para abrir paso a un cuerpo imaginario, articulado a significaciones que dan origen a la construcción de un espacio mental nuevo, a la ampliación de sus dimensiones y a la inclusión del otro en una dimensión de lo común.
El acceso a este espacio imaginario en donde es posible armonizar la relación a la alteridad se construye directamente desde el cuerpo. Es en su materialidad en donde se trabaja con lo fragmentado, lo irregular, lo múltiple y lo indómito de su naturaleza. Sobre sus ritmos, tensiones y direcciones se va tejiendo la posible compensación y coordinación de sus fuerzas y el encuentro de sus tendencias aparentemente contradictorias, dando como resultado el complemento y la integración de las partes en un espacio corporal y mental que parece ampliarse y adquirir una quietud que incluye toda diferencia, toda separación.

Escrituras del cuerpo

Este cuerpo propio a través del cual existimos -en Occidente- suele ser un invisible y a lo más un lugar común, vestido de una interesante mezcla de imágenes y símbolos de sentido común impregnado de saber médico que informa e introduce cuerpo a todo lo que imaginamos como contenido por la piel de nuestros cuerpos.
Muchas son las vías a través de las que es posible ir más allá de este invisible, solo sensible y presente frente al dolor, ante lo que escapa a lo normativo, frente a la molestia para uno -y sobre todo la que se dicta como siendo tal para muchos-. Me refiero al cuerpo anormal, deforme, exótico, enfermo.
La práctica de yoga es una de estas posibles vías, una apertura hacia la conquista del propio cuerpo -y remarco lo de propio, pues es en cierto sentido un viaje a la singularidad-, ese del cual hemos sido desterrados por el conocimiento biomédico. Conquista que parte del reconocimiento de la naturaleza no natural de nuestro cuerpo, del percibir que su materalidad no es solo la de la carne observada, cortada, testeada y también reconstruida, creada, modificada, "sanada" por la técnica y la tecnología científica, sino que se constituye a través de símbolos más allá y más acá de los límites de la piel y de los espacios anatómicos, en una configuración armada en el interjuego de lo social y de lo subjetivo. El cuerpo como lugar en donde se encarnan, producen, elaboran, tranzan y dialogan los aspectos culturales, sociales y los de la propia singularidad. En mi experiencia la práctica del yoga puede convertirse en una potente técnica para explorar este terrreno novedoso, heterogéneo, vital y dinámico, que por lo mismo siempre se muestra como inacabado, y en cierto sentido imposible de aprehender.
Quizás a ello se deba la sensación de desorientación y mareo que a veces me acompaña cuando pretendo hablar o escribir de la experiencia subjetiva y del cuerpo al que es posible acceder a través del yoga. Se presenta como simplemente algo a nunca acabar. Por lo mismo, y asumiendo esa imposibilidad, me limito ahora a dar solo unos trazos sobre lo que en el cuerpo se muestra como impresiones y efectos de nuestro habitar un espacio y tiempo cultural.
Inspirada en lo que plantea Mauss en su conocido artículo Técnicas del Cuerpo de 1934, pienso en todo aquello que puede ser dicho -siempre que pueda ser escuchado, leído y por supuesto descifrado- por la exterioridad del cuerpo en sus formas, posturas, movimientos, ritmos y modos de relación con el espacio y sus objetos. (Y para qué decir todo lo que puede ser dicho por y para la interioridad de la conciencia que experimenta. Pero eso es para otro momento... y tiene relación con ese viaje singular). Exterioridad corporal que habla sobre el modo en que el sujeto vive en un mundo cultural y socialmente construido y compartido, superficie en donde se inscriben (des)encajes, roces, resistencias, aperturas, sujeciones, rendiciones. Un cuerpo que en sus formas, tonos, posiciones y movilidad refleja la cristalización de modalidades de relación con el entorno; ciertas tendencias, costumbres, modales. Cristalización de repeticiones y sus sentidos. Así como Mauss señala que en el adulto habría una pérdida de la capacidad de ponerse en cuclillas -con la consecuente pérdida de posibles comodidades y beneficios que ello podría traer-, en la práctica de yoga es posible observar cómo es el cuerpo occidental -o más bien, cierto cuerpo occidental- el que en general pierde esa capacidad visiblemente intacta en los niños. Cierto cuerpo: aquel que se ha hecho adicto al uso de ciertas posiciones directamente dadas por la relación con artefactos del estilo de la silla; aquel que ha olvidado la posibilidad de sentarse en el suelo o en un único plano, utilizando las múltiples posibilidades de flexión, extensión, cruce, y montaje que le ofrecen sus piernas, y en donde las mismas pueden servir a modo de un soporte como la silla. Pero la práctica no solo evidencia las distintas (im)posibilidades que están dadas para cada cuerpo según su cultura, sino también la apertura que ofrece la carne para nuevas reconfiguraciones. Por ejemplo, y en mi experiencia personal, cómo desde la continuidad de la práctica sucede que la silla deja de ser una silla para transformarse en simplemente suelo.


domingo, 6 de noviembre de 2011

Corporalidades y sus habitantes

La multiplicidad de posibilidades a las que se abre la corporalidad humana se vuelve accesible en prácticas como el yoga. Una corporalidad que sugiere consecuencias tan diversas según la relación subjetiva que se instala con ella, según el modo de habitarla. 
Así, es posible acceder en la práctica a las seducciones narcisísticas de un cuerpo poderoso, esbelto y que se contornea según la voluntad del ego. Dominio de superficie, relevo de la forma, que cautiva el placer de ser observada. Es la postura gimnástica que identifica pero no se limita a las paredes del gimnasio. Lo interesante es cómo la misma práctica puede conducir, por otra parte, a una experiencia en potencia radicalmente distinta. Una que, si bien anclada en los avatares de lo físico -a través de sus dolores, placeres, satisfacciones y frustraciones- es capaz de ingresar a una experiencia corporal cuyos recorridos no son guiados tanto por la mirada externa, ni la propia interna -posiblemente la más peligrosa-, sino por ese testigo que ya no juzga más. Experiencia del ser donde cuerpo y mente se confunden mientras se diluyen bajo la distensión de toda diferencia, distancia, falta. Un equilibrio vivo, buscado -y posible- a través del manejo dinámico de las oscilaciones de nuestra ser corporal y mental. Aquello que se distingue del ejercicio gimnástico como invitación a meditar en el movimiento y la detención equilibrada y dinámica de las asanas.  



lunes, 31 de octubre de 2011

Me and my body

¿Qué es el cuerpo? ¿Por qué, hasta dónde y cómo?
Eve nos presenta la historia de una vida en donde se deja ver la multiplicidad contenida en las posibilidades del cuerpo. Cuerpo que se da por sentado -funcionamiento invisible y automático de la máquina biológica- y que, educado a la cartesiana, brilla por su ausencia apareciendo a lo sumo como metáfora que aterriza la subjetividad flotante; cuerpo sin referentes, sin límites, sin contenidos, que solo a través de las palabras y la carne de otros adquiere cuerpo. Cuerpo objetivado, cuerpo-cosa que se lleva como cualquier otra posesión, pero que a diferencia de otras habla del sujeto: cuerpo que te sostiene y presenta frente a los otros, siendo posibilidad de existencia. Cuerpo que se conduce, alimenta, y adorna; cuerpo que se trabaja, produce, exige y rinde a través de los ideales que te atraviezan. Un cuerpo que, no por ser más cuidado, bien nutrido, sanamente habitado, es menos manipulado como algo separado, es menos cosa (materia dispuesta a los régimenes de producción). Cuerpo odiado que objetiva de un modo transparente la función que cumple la corporalidad en tanto sostén del narcisismo y de los ideales sociales. Finalmente, cuerpo subjetivado-sujeto encarnado que ilumina la disolución de los límites del cuerpo físico, del adentro y afuera, y del ser mismo, abriendo a la experiencia la novedad de una nueva existencia junto al otro.

http://www.ted.com/talks/eve_ensler.html

viernes, 28 de octubre de 2011

Hay pocas cosas más ignoradas y más potentes que la respiración y sus posibilidades de encarnar y a la vez liberar la subjetividad humana. Una corriente casi siempre imperceptible en tanto asumida, y que se toma por sentada dejándola a la "sabiduría" automática de un cuerpo al que, en la fugacidad de nuestra cotidianeidad, se lo atiende más que nada para suministrar la energía que asegurará su funcionalidad. Energía limpia, reciclable y acorde con aquellos preceptos que dicte la ciencia y permita la tecnología actual, de modo que garantice la eficacia y eficiencia del rendimiento del cuerpo, nuestro soporte material. La presencia del cuerpo irrumpe a duras penas en la vida del ser humano para su mantención al servicio de una mejor calidad de vida (más longeva y admirada a la vista de los demás): cuerpo para enriquecer y vitalizar con nutrientes, cuerpo para purificar con ejercicios y productos, cuerpo para conquistar con accesorios y adornos; antiguas y nuevas modalidades de inversión en el traje carnal que nos protege y presenta. Pero de la existencia nada. Pocas veces percibimos las posibles relaciones y potencialidades que se abren en el encuentro de la carne con el sentimiento de ser.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Estar vivo

Si hay algo que la práctica de Iyengar permite iluminar es de qué se trata la vida, y cómo en ésta están concernidas las diversas dimensiones de la experiencia y existencia humana. Una vida propiamente encarnada y que en su latir constituye el existir cotidiano y mortal de un ser humano singular. Una vida que no se aprehende como concepto o en la abstracción intelectual, sino una vida eminentemente práctica y que se ofrece, entre otras posibilidades, en el camino del yoga como integración del cuerpo, de la mente y del alma, como dirá B.K.S. Iyengar.
Esta vida de la que hablo no es algo dado ni evidente. Así como la experiencia de lo vital no está asegurada, no se corresponde con la categoría cuyos límites define la ciencia, por tanto no es medible ni contable en años. Sólo es experienciable, en tanto acontecer posible, en donde el sentimiento de estar vivo se ofrece como un conjunto de movimientos y fuerzas que, ancladas en el cuerpo físico se proyectan más allá -fuera y dentro de sus límites conocidos- inaugurando ese estado, o más bien ese conjunto de presente-futuro-y-pasado porque no es estático sino tránsito, en donde se está vivo.
Desde mi experiencia, este caudal de vida que de repente irrumpe y riega todos los poros de subjetividad es una experiencia única dentro de la cotidianeidad del ser humano, en tanto inunda al ser de una sensación de plenitud que otorga un sostén subjetivo, al tiempo que paradójicamente sus categorías y referencias identitarias se suspenden. Por eso se está vivo, y se es eso inefable que no tiene definición ni pronombres. Es el sonido del "so hum" ("yo soy ello") que adviene de la pura y simple respiración, cuando la mente detiene su periplo representacional y atiende a lo que se manifiesta en y desde el cuerpo.

Esta condición vital que surge en la experiencia de integración en el camino del yoga se asemeja a la práctica china expresada en el aforismo "nutrir la propia vida". Tomando la interpretación de Francois Jullien, ésta se plantea como una búsqueda por mantenerse en forma, que no se reduce en ningún caso al plano concreto del cuerpo físico, y en donde aquello que se busca desplegar, sostener y preservar es justamente la fuerza, intensidad y el filo de la energía vital.

jueves, 25 de agosto de 2011

¿Habrá algo más dado que el cuerpo como vehículo significante? Sus medidas, disposiciones, texturas y brillos son una presencia inmediata en el encuentro ante el otro, y bajo su escrutinio, el cuerpo en su superficie el mejor de los espejos en donde pueda éste proyectar sus insospechados deseos y temblores.

"El cuerpo es lo que tenemos para presentificarnos ante los demás" decía Lacan. El cuerpo es lo que nos sostiene en un juego de desconocimiento y fascinación no sólo con el resto, sino con nuestra propia historia personal, imposible, devenida y enigmática como tal. 

lunes, 1 de agosto de 2011

Un viaje con brújula pero sin puerto

El yoga es experiencia discontinua. 
En ella, el encuentro es siempre instantáneo. 
Nunca una conquista que pueda ser asumida. 

De ahí la importancia en que la práctica sostenida (abhyasa) se acompañe de una actitud de continuo desapego (vairagya): un espejo diario para estar chequeando qué de nosotros en relación a la práctica del yoga -y a la vida- nos tiene narcisísticamente ocupados. Y en esto es donde se observa con más evidencia que el yoga no se trata nunca de un trayecto lineal, pues por más que uno conscientemente se desapegue de las propias frustraciones y satisfacciones orgullosas, la sensación de alivio y tranquilidad que adviene entonces no es más segura ni estable, menos aún verdadera. Incluso ahí, en esos momentos en que pareciera que nos hemos despojado, liberado de las etiquetas del lenguaje que marcan nuestro pensamiento y nuestro habitar del cuerpo, hay que estar alerta. El bienestar de la comodidad pacífica no es más que otra cara, más refinada, más astuta del mismo espejo que nos alienta. Por eso el equilibrio que buscamos en la práctica del yoga es dinámico y se sitúa en el desfiladero de la propia identidad, en la apertura al riesgo de los soportes en los que confortablemente (nos) sufrimos y (nos) amamos.

Ir de lo conocido a lo desconocido en las posturas. Del cuerpo visto al cuerpo sentido. De quien quiero ser, a quien soy, a quien no puedo ser, a ser y no ser -vacío de palabras, de categorías, de juicios.
"Ir de lo conocido a lo desconocido": esa es la invitación que hace mi maestro, experiencia a la cual accedo en gran parte porque proviene de él. No por su nombre, su apariencia o su origen, sino por la función de ser un soporte, que más allá de todo, no te deja solitariamente caer. 

El arrojarse al riesgo del desapego es un viaje hasta cierto punto en completa soledad. Viaje sin puerto pero con infinitas paradas, para cargar y descargar, y cuyo aliento lo regala en parte la figura del maestro, cuya enseñanza con compasión te ilusiona y desilusiona a la vez. 

viernes, 29 de julio de 2011

El tránsito que hace de la carne un hábitat subjetivo

Una mirada psicoanalítica de "Lo que puede un cuerpo" de Claudia Vicuña 
(Obra presentada en el Festival Internacional de Danza Contemporánea, Julio 2011, Santiago - Chile)

Lo que puede un cuerpo presentar a través del encuentro y del trabajo con su propia carne va más allá de la escena de nuestra cotidianeidad subjetiva y corporal. Si se trata de dar cuenta de lo perdido, la propuesta de Claudia Vicuña logra (re)construir las imágenes míticas de un cuerpo animado, anterior a ser propiamente habitado. Si hay algo imposible, inaccesible, es aquello que la creación de la autora resucita -desde lo reprimido e inconsciente- mientras pone en juego el recorrido a través del cual un organismo vivo transita hasta advenir como cuerpo humano. 
En el inicio, lo que puede su cuerpo, es dar cuenta del organismo: bolsa desorganizada de miembros y pedazos de carne en donde los ritmos y trayectorias del movimiento revelan la esterilidad del conjunto de reflejos, impulsos y tendencias que tensionan y distienden aquella masa en parcialidades de carne discontinuas e irresolubles. Lo que puede su cuerpo es traer a escena las vivencias más tempranas de la experiencia del ser humano, en donde mucho antes de constituirse y encarnarse como sujeto, se despliega como un puro cuerpo desmembrado.
Asistimos así, inicialmente, a la animación de un conjunto de trozos de carne presentando la ominosa ilusión de un cuerpo no humano, en donde los movimientos son ahogados e interrumpidos, y las formas cobran extrañeza y monstruosidad a partir del juego articular que desubica y desnaturaliza, frente al espectador, miembros y partes corporales. Aparición de aquello que roza el límite con lo familiar, pues parece cuerpo humano, sin lograrlo. Organismo vivo, desconocido, y de intenciones inciertas, que protagoniza el origen de aquello que posteriormente podrá ser acogido como “natural”.
A partir de esto la propuesta corporal rescata las huellas de un panorama imaginario que, como nunca, enfrenta al espectador a aquellas imágenes inconscientes que el psicoanálisis lacaniano ha reconstruido a partir de sueños y fantasías, dándole forma en el llamado cuerpo fragmentado. Pero las posibilidades de este cuerpo van más allá, pues el recorrido escénico avanza mostrando no sólo el origen sino el tránsito de ese organismo en su transformación a la dimensión del dominio humano.
De tal modo que lo que parte siendo vibración áspera, cortada y fallida se adelanta en intentos progresivamente más reconocibles, más formales. Desde la indiferenciación de los miembros, los desplazamientos anfibios y larvarios, y el sinsentido de sus movimientos, se distingue lo que parece ser un gesto, una intención, una búsqueda por la verticalidad. En ella se aprecia todo el empuje de un cuerpo en proceso de transformación desde el desequilibrio, el desvalimiento y el vacío (pérdida) original, hacia la conquista por la altura -de miras- que otorga el estar de pie.
El relato de este viaje hacia la subjetivación del cuerpo se narra en los detalles que danzan frente al observador. En ellos se reconocen los signos de un origen marcado por la precariedad y el desconocimiento: Toda la extensión de la carne y los ángulos de las extremidades soportan al inicio la desmesura torpe y la burda fragilidad de eso que se mueve y que impacta como la imagen cruda de lo que no puede. Sin embargo, impresiona también el ritmo con que las energías e intenciones corporales van siendo administradas, economizando la multiplicidad de soportes iniciales a una pareja de pilares –identificables como manos y pies-, para desde ahí encumbrarse en el riesgo y la aventura de la posición erguida.
El dominio evoluciona hasta el punto en que es posible incluso jugar con los movimientos, impulsos y desvaríos en una dialéctica de equilibrio, que desde la estabilidad rígida se vuelve cada vez más dinámico. Vemos el creciente control, la toma de poder sobre una corporalidad que cada vez se torna más cómoda –más nuestra-, y sobre la cual se instala un proceso de reconocimiento y de apropiación. Ya no es una masa irreconocible lo que se mueve, sino un cuerpo cuyas posibilidades son desplegadas y ejecutadas por la consciencia y la propiedad de un yo.
Habitando su propio cuerpo, lo conduce en un baile múltiple y grácil, en donde exhibe la libertad de sus movimientos y cadencias extremadas al límite de lo que puede un cuerpo. Límite que aquí vuelve a desubicar miembros y partes corporales -elevando un pie al lugar de la cabeza, descendiendo ésta al ras de los pies-, pero de un modo radicalmente novedoso, y sin el carácter ominoso de la primera inversión. Pues si hay vertiginosidad –en su cuerpo y lo que captura de nuestra mirada- ésta juega al borde pero sin caer al vacío, al ser sostenida por la osadía y la voluntad de una identidad encarnada.
En definitiva, si hay algún vacío en el relato danzado es justamente ese origen común que nos signa inicialmente como cuerpos fragmentados, como organismos descerebrados; tiempo mítico de puro descontrol, deriva y angustia, del cual nada queremos saber. Eso reprimido, que tan bien se pone en juego en el comienzo a través de la experiencia de lo ominoso, deviene transformado en corporalidad unificada y de límites reconocibles, pertenencia y orgullo de un yo. Más que de recuperación se trata de la construcción de una primera identidad a partir del sentido de propiedad que otorga la imagen del cuerpo. De ahí que la subjetividad naciente se cautiva en la observación de su propia forma corporal, identificándose con esa imagen de totalidad y con la ilusión de poder que concede esta pertenencia.
En este punto se dispara la dialéctica corporal hacia los otros y se constituye una dinámica de flotante fascinación entre el cuerpo ajeno y el propio. La danza será, de ahí en adelante, un complicado y emocionante juego de espejos en donde las propias alienaciones, y sobre todo las huellas de ese origen fragmentado, se proyectarán en la relación al otro signando las (des)coordinaciones de un baile conjunto que caracterizará nuestra naturalizada humanidad. Así, lo que puede un cuerpo humano en sus actos de seducción es tanto amar como odiar: Una atracción y un rechazo que, antes de instalarse en relación con la otredad, se hace presente en la tarea -siempre incompleta- de equilibrar, tolerar y significar los fragmentos de un cuerpo que inicialmente no era siquiera propio.

*** Extracto de "Lo que puede un cuerpo" http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=oPKD9jIKJ_0

El objeto cuerpo

“El cuerpo: una de las cuestiones, por no decir la cuestión neurálgica de los anhelos, obsesiones y sufrimientos de un siglo XX cada día más lejano y, al mismo tiempo, aún hoy tan presente. Un cuerpo educado, militarizado, consumido, medicado, (des)politizado, erotizado y espectacularizado; un cuerpo también siempre, cómo no, bombardeado y torturado… una y otra vez. Un cuerpo capaz de dar testimonio y de mostrar, en un solo siglo, que de ser algo no es, bajo ningún concepto, uniformidad, sino en todo caso multiplicidades corporales en potencia y en resistencia; en permanente transformación.” (Fuentes, 2011).

lunes, 25 de julio de 2011

El uno de la multiplicidad

Yoga es nombre que invita a la unidad, a la síntesis de la dualidad y de los opuestos que conforman nuestra realidad. El acceso a la unidad mente-cuerpo es un primer paso, una evidencia a la mano para quienes estamos sujetos a una tradición filosófica occidental. Más allá del cuerpo, el camino del yoga va al encuentro del sí-mismo, de la esencia del ser, y a través de ello finalmente a la fusión con el alma universal. 
¿Pero de qué se trata ese estado de unidad e iluminación en el caso de un practicante común y corriente, además de occidental? 
Desde mi propio recorrido pienso que el equilibrio del que he hablado es un modo de acceder a esta experiencia trascendente de unidad. La práctica de yoga en el contexto de una vida en sociedad occidental posibilita el acceso al uno de la multiplicidad, partiendo por la puesta en juego de un conjunto de elementos dispares y discontinuos en el trabajo corporal individual. Ya en ese nivel es posible conjugar la multiplicidad y sus fluctuaciones -en el propio cuerpo, emociones y pensamientos- en un estado de síntesis. El uno se transforma, entonces, desde algo mítico e inalcanzable, en una experiencia posible de ser vivida en algo tan sencillo como una postura, disposición subjetiva y corporal en donde se la habita desde su estabilidad dinámica y fluida. Equilibrio sin neutralidad, sin muerte, en donde toda la complejidad y el esfuerzo adquieren el sentido de aquello que se sabe oportuno y justo.

viernes, 22 de julio de 2011

¿Y tú, dónde estás en lo que haces?

¿Y tú, dónde estás en lo que haces? 

Pregunta que puede ser suspendida en todos los niveles de la experiencia humana, incluso en el camino de la práctica del yoga. A veces es mejor o más sencillo hacer, repetir, dar continuidad y avanzar sin detenernos a preguntar. Completar la correcta forma, dar redondez y consistencia al día a día puede ser una opción más económica que abrirle la puerta a la interrogación y la duda, que acarrean consigo un potencial riesgo, un eventual costo.

En la práctica de yoga tomar este riesgo significa implicarse de lleno en la búsqueda del equilibrio en cada momento, postura o acción; de un equilibrio inmensamente fértil, vivo y dinámico, pero a la vez tremendamente incierto y extranjero. La entrega total en esa artesanía del cuerpo, modelándolo, cuidándolo y perfeccionándolo, tarde o temprano te arroja a espacios y tiempos desconocidos e inauditos, en donde no se trata sólo de mediar y estabilizar fuerzas, flancos, intensidades, extensiones y texturas corporales, sino de mediar las propias oposiciones, extremidades, límites de nuestra subjetividad.

"Haced de los valles montañas, y de las montañas valles". Metáfora del maestro para hablar del equilibrio a buscar en el propio cuerpo, pero que, tal como nos enseña la práctica, trasciende las acciones biomecánicas, movilizando en distintos niveles las energías de nuestra subjetividad.

Esa es la vía a una estabilidad viva, discontinua, cuyo costo a pagar es el precio del propio yo. La entrega total es exposición, vulnerabilidad. Encuentro con los límites, ya no de la rigidez o flacidez del cuerpo, sino de toda la inseguridad, impaciencia y frustración del yo.

Frente a la violencia, al rechazo y a la negación del yo sólo queda una opción. Profundizar, reforzar la entrega, y para ello explorar más la humildad, el desapego con aquello que nos sostiene como un "único y valioso yo". La invitación hoy fue precisamente esa: dejar que tambaleara el yo, porque del otro lado el maestro te sostiene con compasión. De ese modo el cuerpo ofrece lágrimas que no son de frustración o pesar, sino solo de redención.

martes, 19 de julio de 2011

TaDasana / DaTasana

Simple pero potente inversión de los términos. Transformar Tadasana en Datasana implica comprender de qué se trata la búsqueda en el trabajo corporal de las asanas. Apunta precisamente al corazón del estado de equilibrio al que aspiramos luego de haber realizado los movimientos y acciones pertinentes a cada postura. Pertinentes quiere aquí decir correctos. Pero ojo, que no se trata de un moralismo superficial, sino de un equilibrio que cada sujeto deberá buscar según su propia estructura -subjetiva y corporal. Un equilibrio que siempre está arrojado al borde del riesgo, de la caída, simbólica y a la vez concreta en lo material.

Podríamos ir, una por una, revisando en cada asana los puntos, los vectores, las líneas energéticas que en su operar conjunto permiten la estabilidad de los pares, de los opuestos, de lo múltiple, vibrante e inestable presente en el cuerpo y el pensamiento.

Tadasana y datasana tratan sobre el equilibrio entre dos puntos: uno que estabiliza y ancla, otro que moviliza, se arriesga y avanza. Dos caras: la fuerte que arremete y cuyo freno es llamado a ser puesto por la otra que trae la templanza, el descanso. Enfrentamiento inestable y móvil entre fuerzas físicas, energías corporales, actitudes y pensamientos. Dialéctica de encuentro y desencuentro, de reconocimiento y desconocimiento, de ego y humildad.

La ofrenda del cuerpo

Hoy es la segunda oportunidad que me da la vida, y es el primer día -por segunda vez- de un camino para profundizar en la enseñanza de B.K.S Iyengar y, más allá, en la sabiduría ancestral del yoga.

Primera sesión y el trabajo avanza tras las sutilezas y bondades de lo simple, de aquellas acciones básicas y primordiales que se le enseñan a quien recién se inicia en la práctica del Yoga Iyengar. Estirar las piernas. Doblar las piernas. Dos frases que se transforman en un insospechado recorrido a través del propio cuerpo. Primero desde lejos, con distancia, percibiendo las formas más genéricas, como si fuese el primer encuentro con un desconocido. De a poco y pacientemente, más enfocado, atendiendo a sus modos de parecer, funcionar y ser.

Descubrimientos inauditos y lúdicos de la mano de un maestro cuyas palabras conducen al reconocimiento de la complejidad que involucra una acción aparentemente tan cotidiana como estirar tus piernas. Lo que hay, para todos o casi todos, es un estiramiento parcial. Resulta que no es para nada fácil llevar los muslos hacia atrás. Es que nunca hemos caminado hacia atrás, de ahí la costumbre de los muslos de avanzar.

El trabajo pasa entonces por tomar eso ya dado, lo cotidiano y "natural" para aprender a desaprender. Para traer conciencia y voluntad, ambas convertidas en los vectores que indicarán los movimientos y acciones a realizar. Pero eso no es todo. El arte del yoga no termina ahí. El fin logrado a nivel físico dará seguridad, cuidado y salud al cuerpo. Recién entonces, y desde ahí, vemos cómo el cuerpo se ofrece como un templo para meditar, para encontrar la misma voluntad, ecuanimidad y equilibrio, esta vez, a nivel mental y espiritual.

En la práctica de hoy el cuerpo se ofrecía desde el comienzo -desde la invocación realizada en Swastikasana, en donde la estabilidad postural la construimos desde los pies, acogiendo con éstos a las piernas en su descenso y relajación- para ser el medio en donde pudiera nuestra subjetividad descansar, en donde la mente pudiera desapegarse de sus desvelos.