domingo, 5 de mayo de 2013

Itinerario corporal







Me relaciono con otros mientras sin saberlo calculo pasos y movimientos desde una historia con otros cuerpos. Me ajusto al otro, a su cuerpo y sobre todo a lo que me pasa en mi propia carne a partir de verlo, sentirlo, anticiparlo, compararlo, esperarlo, desearlo. Nuestra interacción va más allá y más acá de nosotros. Por lo menos puedo yo reconocer cómo se cruza, combina y modifica a partir de mi historia con otros, de mi historia sobre mi con otros. Habla al aire todo, pero me habla; lo percibo en las palabras pero también en el aire que me llega como justo, desmayado, apenas móvil. Escucho palabras con los oídos, pero las entiendo primero con el aire que caliente, denso y estancado se detiene en mis fosas nasales casi ahogándome de necesidad. Las entiendo desde el pecho que aparece pequeño, localizado en un espacio mínimo, encarcelado, limitado por una estructura y una presión. Habla de mi, de mi propia pequeñez, de mi sombra y es como si hablara desde lo lejos, pero de algo tan íntimo que sólo hace eco y se percibe en las paredes retumbantes de mi caja torácica. Sus palabras me hacen cuerpo, un cuerpo apretado, incómodo, denso y marcado por lo homogéneo, por lo determinado, por lo incrustado y por lo que es. Cuerpo estático es el que amarran sus palabras, haciéndome tan yo misma que ya no puedo escuchar cómo sigue, qué cruces y desvíos hace su discurso, sino que sólo soy esas mismas palabras que me cosifican una y otra vez, al pulso de un segundero agitado que percibo solo yo (eso pienso) en mi corazón. Las palabras cuajan con su sentido rotundo, declaratorio y triunfante sobre mi, las palabras se encajan en mis ojos y no puedo sino probarlas a través del calor, de la fragilidad y de la vergüenza que delinean en el contorno de mi ojos. Las tengo ahí, aunque intente mirar detenidamente, como distraídamente, un conjunto de taza, plato y cuchara. Por mucho que mis movimientos estén en la mano que se funde con la cuchara para suavemente acariciar el agua, el verdadero movimiento de la vida presente está en mi pecho, en mis ojos y en mi cabeza que se siente como un globo suspendido en un punto detenido entre corrientes de aire. El tiempo se percibe lento, agonizante en las palabras lejanas del otro, y mi conciencia se aferra toda al espacio protegido de mi cuerpo queriendo cerrar sus entradas y bordes para paralizar la interacción, o mejor dicho el aluvión de sentimientos que me genera su acción. Tengo la sensación de estar en medio de un terremoto causado por mi propia existencia, en consecuencia respiro invisible y me mantengo cabizbaja como si ello pudiera prevenir algo del movimiento a mi alrededor. Hasta ahora he evitado mirarlo, las palabras y toda la carne que traen sobre mi es demasiado, no podría además sostener la complejidad de gestos o la ambigüedad de la mirada. 


Es totalmente probable que en realidad no haya podido oír, ni menos aún comprender todo lo que dijo. Es muy probable que me haya quedado calzada con lo parcial que toca mi historia, mi desnudez, mi fragilidad. Pero es que así como el cuerpo nos habilita en el intercambio, a veces fluido a veces duro, con el otro, también el cuerpo puede robarnos a un rincón personal asolado y cautivo de ecos que lloran la posible proyección de la propia fragilidad histórica. Primero hubo cuerpo y sentidos inmediatos, fijados, irruptores, sólo con el rato apareció una palabra más trenzada y disponible, al pensamiento, al juicio, y a la posible incorporación del mundo y de otros. Recién ahí me pude mover, yo me pude mover. Pero no fueron movimientos ingenuos ni flexibles.  Con la huella de la implosión de mi como cuerpo, me moví cual robot, sintiendo que tomaba mis pesadas y dormidas piernas y brazos para incorporarme, para erguirme. Decidí erguirme y traté de hacerlo lento, con gracia y relajo. Hice los movimientos pensando en la conciencia de otros, y de la reacción que les vendrían al verme incorporarme y alejarme, pero mi conciencia corporal era otra. Me sentía totalmente quebrada, por un lado la mente intentando coordinar los movimientos de un cuerpo para que se viera fluido, espontáneo, casi indiferente, mientras por otro lado mi sensación corporal era de un cuerpo lejano, otro, respirando con aires de vencido y de quedar sólo brasas.

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