viernes, 29 de julio de 2011

El tránsito que hace de la carne un hábitat subjetivo

Una mirada psicoanalítica de "Lo que puede un cuerpo" de Claudia Vicuña 
(Obra presentada en el Festival Internacional de Danza Contemporánea, Julio 2011, Santiago - Chile)

Lo que puede un cuerpo presentar a través del encuentro y del trabajo con su propia carne va más allá de la escena de nuestra cotidianeidad subjetiva y corporal. Si se trata de dar cuenta de lo perdido, la propuesta de Claudia Vicuña logra (re)construir las imágenes míticas de un cuerpo animado, anterior a ser propiamente habitado. Si hay algo imposible, inaccesible, es aquello que la creación de la autora resucita -desde lo reprimido e inconsciente- mientras pone en juego el recorrido a través del cual un organismo vivo transita hasta advenir como cuerpo humano. 
En el inicio, lo que puede su cuerpo, es dar cuenta del organismo: bolsa desorganizada de miembros y pedazos de carne en donde los ritmos y trayectorias del movimiento revelan la esterilidad del conjunto de reflejos, impulsos y tendencias que tensionan y distienden aquella masa en parcialidades de carne discontinuas e irresolubles. Lo que puede su cuerpo es traer a escena las vivencias más tempranas de la experiencia del ser humano, en donde mucho antes de constituirse y encarnarse como sujeto, se despliega como un puro cuerpo desmembrado.
Asistimos así, inicialmente, a la animación de un conjunto de trozos de carne presentando la ominosa ilusión de un cuerpo no humano, en donde los movimientos son ahogados e interrumpidos, y las formas cobran extrañeza y monstruosidad a partir del juego articular que desubica y desnaturaliza, frente al espectador, miembros y partes corporales. Aparición de aquello que roza el límite con lo familiar, pues parece cuerpo humano, sin lograrlo. Organismo vivo, desconocido, y de intenciones inciertas, que protagoniza el origen de aquello que posteriormente podrá ser acogido como “natural”.
A partir de esto la propuesta corporal rescata las huellas de un panorama imaginario que, como nunca, enfrenta al espectador a aquellas imágenes inconscientes que el psicoanálisis lacaniano ha reconstruido a partir de sueños y fantasías, dándole forma en el llamado cuerpo fragmentado. Pero las posibilidades de este cuerpo van más allá, pues el recorrido escénico avanza mostrando no sólo el origen sino el tránsito de ese organismo en su transformación a la dimensión del dominio humano.
De tal modo que lo que parte siendo vibración áspera, cortada y fallida se adelanta en intentos progresivamente más reconocibles, más formales. Desde la indiferenciación de los miembros, los desplazamientos anfibios y larvarios, y el sinsentido de sus movimientos, se distingue lo que parece ser un gesto, una intención, una búsqueda por la verticalidad. En ella se aprecia todo el empuje de un cuerpo en proceso de transformación desde el desequilibrio, el desvalimiento y el vacío (pérdida) original, hacia la conquista por la altura -de miras- que otorga el estar de pie.
El relato de este viaje hacia la subjetivación del cuerpo se narra en los detalles que danzan frente al observador. En ellos se reconocen los signos de un origen marcado por la precariedad y el desconocimiento: Toda la extensión de la carne y los ángulos de las extremidades soportan al inicio la desmesura torpe y la burda fragilidad de eso que se mueve y que impacta como la imagen cruda de lo que no puede. Sin embargo, impresiona también el ritmo con que las energías e intenciones corporales van siendo administradas, economizando la multiplicidad de soportes iniciales a una pareja de pilares –identificables como manos y pies-, para desde ahí encumbrarse en el riesgo y la aventura de la posición erguida.
El dominio evoluciona hasta el punto en que es posible incluso jugar con los movimientos, impulsos y desvaríos en una dialéctica de equilibrio, que desde la estabilidad rígida se vuelve cada vez más dinámico. Vemos el creciente control, la toma de poder sobre una corporalidad que cada vez se torna más cómoda –más nuestra-, y sobre la cual se instala un proceso de reconocimiento y de apropiación. Ya no es una masa irreconocible lo que se mueve, sino un cuerpo cuyas posibilidades son desplegadas y ejecutadas por la consciencia y la propiedad de un yo.
Habitando su propio cuerpo, lo conduce en un baile múltiple y grácil, en donde exhibe la libertad de sus movimientos y cadencias extremadas al límite de lo que puede un cuerpo. Límite que aquí vuelve a desubicar miembros y partes corporales -elevando un pie al lugar de la cabeza, descendiendo ésta al ras de los pies-, pero de un modo radicalmente novedoso, y sin el carácter ominoso de la primera inversión. Pues si hay vertiginosidad –en su cuerpo y lo que captura de nuestra mirada- ésta juega al borde pero sin caer al vacío, al ser sostenida por la osadía y la voluntad de una identidad encarnada.
En definitiva, si hay algún vacío en el relato danzado es justamente ese origen común que nos signa inicialmente como cuerpos fragmentados, como organismos descerebrados; tiempo mítico de puro descontrol, deriva y angustia, del cual nada queremos saber. Eso reprimido, que tan bien se pone en juego en el comienzo a través de la experiencia de lo ominoso, deviene transformado en corporalidad unificada y de límites reconocibles, pertenencia y orgullo de un yo. Más que de recuperación se trata de la construcción de una primera identidad a partir del sentido de propiedad que otorga la imagen del cuerpo. De ahí que la subjetividad naciente se cautiva en la observación de su propia forma corporal, identificándose con esa imagen de totalidad y con la ilusión de poder que concede esta pertenencia.
En este punto se dispara la dialéctica corporal hacia los otros y se constituye una dinámica de flotante fascinación entre el cuerpo ajeno y el propio. La danza será, de ahí en adelante, un complicado y emocionante juego de espejos en donde las propias alienaciones, y sobre todo las huellas de ese origen fragmentado, se proyectarán en la relación al otro signando las (des)coordinaciones de un baile conjunto que caracterizará nuestra naturalizada humanidad. Así, lo que puede un cuerpo humano en sus actos de seducción es tanto amar como odiar: Una atracción y un rechazo que, antes de instalarse en relación con la otredad, se hace presente en la tarea -siempre incompleta- de equilibrar, tolerar y significar los fragmentos de un cuerpo que inicialmente no era siquiera propio.

*** Extracto de "Lo que puede un cuerpo" http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=oPKD9jIKJ_0

1 comentario:

  1. Excelente texto. No sólo por lo que podría decirse de su (muy buena) escritura, sino por el modo en que sitúa un lindo encuentro de miradas.

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